jueves, 30 de septiembre de 2010

San Jerónimo - Mes de la Biblia

San Jerónimo

Celebramos hoy a san Jerónimo, terminando el mes de la Biblia, mes elegido justamente mirando el amor de Jerónimo a las Escrituras.  En la oración Colecta de la misa de san Jerónimo, tienes un momento orante y a continuación, un momento de reflexión con párrafos, acerca de su vida y acerca de su relación con las Escrituras, tomados de las dos catequesis -7 y 14 de nov. 2007-  de Benedicto XVI dedicadas al santo.

Oración Colecta:
Dios nuestro, que otorgaste a san Jerónimo, presbítero, amar con dedicación ardiente la Sagrada Escritura, te pedimos que tu pueblo se alimente con mayor abundancia de tu palabra y encuentre en ella la fuente de la vida.
(Misal Romano. Versión castellana de la 3a Edición Típica Latina. Conferencia Episcopal Argentina.)

Vida:
«San Jerónimo nació en Estridón en torno al año 347, en una familia cristiana, que le dio una esmerada formación, enviándolo incluso a Roma para que perfeccionara sus estudios. Siendo joven sintió el atractivo de la vida mundana (cf. Ep 22, 7), pero prevaleció en él el deseo y el interés por la religión cristiana. Tras recibir el bautismo, hacia el año 366, se orientó hacia la vida ascética y, al trasladarse a Aquileya, se integró en un grupo de cristianos fervorosos, definido por él casi "un coro de bienaventurados" (Chron. ad ann. 374) reunido en torno al obispo Valeriano.
Después partió para Oriente y vivió como eremita en el desierto de Calcis, al sur de Alepo (cf. Ep 14, 10), dedicándose seriamente a los estudios. Perfeccionó su conocimiento del griego, comenzó el estudio del hebreo (cf. Ep 125, 12), trascribió códices y obras patrísticas (cf. Ep 5, 2). La meditación, la soledad, el contacto con la palabra de Dios hicieron madurar su sensibilidad cristiana.
Sintió de una manera más aguda el peso de su pasado juvenil (cf. Ep 22, 7), y experimentó profundamente el contraste entre la mentalidad pagana y la vida cristiana: un contraste que se hizo famoso a causa de la dramática e intensa "visión" que nos narró. En ella le pareció que era flagelado en presencia de Dios, por ser "ciceroniano y no cristiano" (cf. Ep 22, 30).
En el año 382 se trasladó a Roma. Aquí el Papa san Dámaso, conociendo su fama de asceta y su competencia de estudioso, lo tomó como secretario y consejero; lo alentó a emprender una nueva traducción latina de los textos bíblicos por motivos pastorales y culturales.
Algunas personas de la aristocracia romana, sobre todo mujeres nobles como Paula, Marcela, Asela, Lea y otras, que deseaban comprometerse en el camino de la perfección cristiana y profundizar en su conocimiento de la palabra de Dios, lo escogieron como su guía espiritual y maestro en el método de leer los textos sagrados. Estas mujeres nobles también aprendieron griego y hebreo.
Después de la muerte del Papa san Dámaso, en el año 385 san Jerónimo dejó Roma y emprendió una peregrinación, primero a Tierra Santa, testigo silenciosa de la vida terrena de Cristo, y después a Egipto, tierra elegida por muchos monjes (cf. Contra Rufinum 3, 22; Ep 108, 6-14).
En el año 386 se detuvo en Belén, donde, gracias a la generosidad de una mujer noble, Paula, se construyeron un monasterio masculino, uno femenino, y una hospedería para los peregrinos que llegaban a Tierra Santa, "pensando en que María y José no habían encontrado un lugar donde alojarse" (Ep 108, 14). En Belén, donde se quedó hasta su muerte, siguió desarrollando una intensa actividad: comentó la palabra de Dios; defendió la fe, oponiéndose con vigor a varias herejías; exhortó a los monjes a la perfección; enseñó cultura clásica y cristiana a jóvenes alumnos; acogió con espíritu pastoral a los peregrinos que visitaban Tierra Santa. Falleció en su celda, junto a la gruta de la Natividad, el 30 de septiembre del año 419/420.»

Relación con la Biblia
«Verdaderamente "enamorado" de la Palabra de Dios, se preguntaba: "¿Cómo es posible vivir sin la ciencia de las Escrituras, a través de las cuales se aprende a conocer a Cristo mismo, que es la vida de los creyentes?" (Ep. 30, 7). Así, la Biblia, instrumento "con el que cada día Dios habla a los fieles" (Ep. 133, 13), se convierte en estímulo y manantial de la vida cristiana para todas las situaciones y para todas las personas.
Leer la Escritura es conversar con Dios: "Si oras —escribe a una joven noble de Roma— hablas con el Esposo; si lees, es él quien te habla" (Ep. 22, 25). El estudio y la meditación de la Escritura hacen sabio y sereno al hombre (cf. In Eph., prólogo). Ciertamente, para penetrar de una manera cada vez más profunda en la palabra de Dios hace falta una aplicación constante y progresiva. Por eso, san Jerónimo recomendaba al sacerdote Nepociano: "Lee con mucha frecuencia las divinas Escrituras; más aún, que el Libro santo no se caiga nunca de tus manos. Aprende en él lo que tienes que enseñar" (Ep. 52, 7).
A la matrona romana Leta le daba estos consejos para la educación cristiana de su hija: "Asegúrate de que estudie todos los días algún pasaje de la Escritura. (...) Que acompañe la oración con la lectura, y la lectura con la oración. (...) Que ame los Libros divinos en vez de las joyas y los vestidos de seda" (Ep. 107, 9.12). Con la meditación y la ciencia de las Escrituras se "mantiene el equilibrio del alma" (Ad Eph., prólogo). Sólo un profundo espíritu de oración y la ayuda del Espíritu Santo pueden introducirnos en la comprensión de la Biblia: "Al interpretar la sagrada Escritura siempre necesitamos la ayuda del Espíritu Santo" (In Mich. 1, 1, 10, 15).
Así pues, san Jerónimo, durante toda su vida, se caracterizó por un amor apasionado a las Escrituras, un amor que siempre trató de suscitar en los fieles. A una de sus hijas espirituales le recomendaba: "Ama la sagrada Escritura, y la sabiduría te amará; ámala tiernamente, y te custodiará; hónrala y recibirás sus caricias. Que sea para ti como tus collares y tus pendientes" (Ep. 130, 20). Y añadía: "Ama la ciencia de la Escritura, y no amarás los vicios de la carne" (Ep. 125, 11).
Para san Jerónimo, un criterio metodológico fundamental en la interpretación de las Escrituras era la sintonía con el magisterio de la Iglesia. Nunca podemos leer nosotros solos la Escritura. Encontramos demasiadas puertas cerradas y caemos fácilmente en el error. La Biblia fue escrita por el pueblo de Dios y para el pueblo de Dios, bajo la inspiración del Espíritu Santo. Sólo en esta comunión con el pueblo de Dios podemos entrar realmente con el "nosotros" en el núcleo de la verdad que Dios mismo nos quiere comunicar. Para él una auténtica interpretación de la Biblia tenía que estar siempre en armonía con la fe de la Iglesia católica.
No se trata de una exigencia impuesta a este Libro desde el exterior; el Libro es precisamente la voz del pueblo de Dios que peregrina y sólo en la fe de este pueblo podemos estar, por así decir, en el tono adecuado para comprender la sagrada Escritura. Por eso, san Jerónimo exhortaba: "Permanece firmemente adherido a la doctrina de la tradición que te ha sido enseñada, para que puedas exhortar según la sana doctrina y refutar a quienes la contradicen" (Ep. 52, 7). En particular, dado que Jesucristo fundó su Iglesia sobre Pedro, todo cristiano —concluía— debe estar en comunión "con la Cátedra de san Pedro. Yo sé que sobre esta piedra está edificada la Iglesia" (Ep. 15, 2). Por tanto, abiertamente declaraba: "Yo estoy con quien esté unido a la Cátedra de san Pedro" (Ep. 16).
San Jerónimo, obviamente, no descuida el aspecto ético. Más aún, con frecuencia reafirma el deber de hacer que la vida concuerde con la Palabra divina, y sólo viviéndola encontramos también la capacidad de comprenderla. Esta coherencia es indispensable para todo cristiano y particularmente para el predicador, a fin de que no lo pongan en aprieto sus acciones, cuando contradicen el contenido de sus palabras.
Así exhorta al sacerdote Nepociano: "Que tus acciones no desmientan tus palabras, para que no suceda que, cuando prediques en la Iglesia, alguien en su interior comente: "¿por qué entonces tú no actúas así?" ¡Qué curioso maestro el que, con el estómago lleno, diserta sobre el ayuno! Incluso un ladrón puede criticar la avaricia; pero en el sacerdote de Cristo la mente y la palabra deben ir de acuerdo" (Ep. 52, 7).
En otra carta, san Jerónimo reafirma: "La persona que se siente condenada por su propia conciencia, aunque tenga una espléndida doctrina, debería avergonzarse" (Ep. 127, 4). También con respecto a la coherencia, observa: el Evangelio debe traducirse en actitudes de auténtica caridad, pues en todo ser humano está presente la Persona misma de Cristo. Por ejemplo, dirigiéndose al presbítero Paulino —que después llegó a ser obispo de Nola y santo—, san Jerónimo le da este consejo: "El verdadero templo de Cristo es el alma del fiel: adorna este santuario, embellécelo, deposita en él tus ofrendas y recibe a Cristo. ¿Qué sentido tiene decorar las paredes con piedras preciosas, si Cristo muere de hambre en la persona de un pobre?" (Ep. 58, 7).
San Jerónimo concreta: es necesario "vestir a Cristo en los pobres, visitarlo en los que sufren, darle de comer en los hambrientos, acogerlo en los que no tienen una casa" (Ep. 130, 14). El amor a Cristo, alimentado con el estudio y la meditación, nos permite superar todas las dificultades: "Si amamos a Jesucristo y buscamos siempre la unión con él, nos parecerá fácil incluso lo que es difícil" (Ep. 22, 40).»
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domingo, 19 de septiembre de 2010

Beato John Henry Cardinal Newman

Beato John Henry Cardinal Newman

Hoy en Birmingham, en la Eucaristía de este domingo 19 de setiembre, el Papa Benedicto XVI beatificó al cardenal Newman. Como día para celebrarlo estableció el 9 de octubre. Esta es también la fecha del cumple de nuestro querido hermano Carlos, hermano en la familia de sangre, “para los íntimos” -como se dice- Arlit, así mismo se me viene pronto su especial recuerdo y afecto a nuestros antepasados ingleses, entre otros, que conforman también la enriquecida identidad familiar, los White. Qué feliz coincidencia, qué bueno para él este nuevo patrono, fuerte en el intelecto, y a la vez orante de profunda fe y cálido y diligente pastor, inscrito en la tradición de santos de la iglesia de la isla que como dice el Papa, son de “delicada erudición, profunda sabiduría humana y amor intenso por el Señor”. Encuentran aquí una reflexión orada, breve, del nuevo Beato sobre Dios que es el amor, God is love y también un par de párrafos de la Homilía de la Misa de Beatificación, de hoy.

Párrafos de la Homilía de Benedicto XVI en la Misa de Beatificación del Cardenal Newman.
Cofton Park de Rednal - Birmingham. Domingo 19 de setiembre de 2010.

El lema del Cardenal Newman, cor ad cor loquitur, “el corazón habla al corazón”, nos da la perspectiva de su comprensión de la vida cristiana como una llamada a la santidad, experimentada como el deseo profundo del corazón humano de entrar en comunión íntima con el Corazón de Dios. Nos recuerda que la fidelidad a la oración nos va transformando gradualmente a semejanza de Dios. Como escribió en uno de sus muchos hermosos sermones, «el hábito de oración, la práctica de buscar a Dios y el mundo invisible en cada momento, en cada lugar, en cada emergencia –os digo que la oración tiene lo que se puede llamar un efecto natural en el alma, espiritualizándola y elevándola. Un hombre ya no es lo que era antes; gradualmente... se ve imbuido de una serie de ideas nuevas, y se ve impregnado de principios diferentes» (Sermones Parroquiales y Comunes, IV, 230-231). El Evangelio de hoy afirma que nadie puede servir a dos señores (cf. Lc 16,13), y el Beato John Henry, en sus enseñanzas sobre la oración, aclara cómo el fiel cristiano toma partido por servir a su único y verdadero Maestro, que pide sólo para sí nuestra devoción incondicional (cf. Mt 23,10). Newman nos ayuda a entender en qué consiste esto para nuestra vida cotidiana: nos dice que nuestro divino Maestro nos ha asignado una tarea específica a cada uno de nosotros, un “servicio concreto”, confiado de manera única a cada persona concreta: «Tengo mi misión», escribe, «soy un eslabón en una cadena, un vínculo de unión entre personas. No me ha creado para la nada. Haré el bien, haré su trabajo; seré un ángel de paz, un predicador de la verdad en el lugar que me es propio... si lo hago, me mantendré en sus mandamientos y le serviré a Él en mis quehaceres» (Meditación y Devoción, 301-2).


El servicio concreto al que fue llamado el Beato John Henry incluía la aplicación entusiasta de su inteligencia y su prolífica pluma a muchas de las más urgentes “cuestiones del día”. Sus intuiciones sobre la relación entre fe y razón, sobre el lugar vital de la religión revelada en la sociedad civilizada, y sobre la necesidad de un educación esmerada y amplia fueron de gran importancia, no sólo para la Inglaterra victoriana. Hoy también siguen inspirando e iluminando a muchos en todo el mundo. Me gustaría rendir especial homenaje a su visión de la educación, que ha hecho tanto por formar el ethos que es la fuerza motriz de las escuelas y facultades católicas actuales. Firmemente contrario a cualquier enfoque reductivo o utilitarista, buscó lograr unas condiciones educativas en las que se unificara el esfuerzo intelectual, la disciplina moral y el compromiso religioso. El proyecto de fundar una Universidad Católica en Irlanda le brindó la oportunidad de desarrollar sus ideas al respecto, y la colección de discursos que publicó con el título La Idea de una Universidad sostiene un ideal mediante el cual todos los que están inmersos en la formación académica pueden seguir aprendiendo. Más aún, qué mejor meta pueden fijarse los profesores de religión que la famosa llamada del Beato John Henry por unos laicos inteligentes y bien formados: «Quiero un laicado que no sea arrogante ni imprudente a la hora de hablar, ni alborotador, sino hombres que conozcan bien su religión, que profundicen en ella, que sepan bien dónde están, que sepan qué tienen y qué no tienen, que conozcan su credo a tal punto que puedan dar cuentas de él, que conozcan tan bien la historia que puedan defenderla» (La Posición Actual de los Católicos en Inglaterra, IX, 390). Hoy, cuando el autor de estas palabras ha sido elevado a los altares, pido para que, a través de su intercesión y ejemplo, todos los que trabajan en el campo de la enseñanza y de la catequesis se inspiren con mayor ardor en la visión tan clara que el nos dejó.

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God is Love
Jesus saith to him, Lovest thou Me more than these?

1. THOU askest us to love Thee, O my God, and Thou art Thyself Love. There was one attribute of Thine which Thou didst exercise from eternity, and that was Love. We hear of no exercise of Thy power whilst Thou wast alone, nor of Thy justice before there were creatures on their trial; nor of Thy wisdom before the acts and works of Thy Providence; but from eternity Thou didst love, for Thou art not only One but Three. The Father loved from eternity His only begotten Son, and the Son returned to Him an equal love. And the Holy Ghost is that love in substance, wherewith the Father and the Son love one another. This, O Lord, is Thine ineffable and special blessedness. It is love. I adore Thee, O my infinite Love!

2. And when Thou hadst created us, then Thou didst but love more, if that were possible. Thou didst love not only Thy own Co-equal Self in the multiplied Personality of the Godhead, but Thou didst love Thy creatures also. Thou wast love to us, as well as Love in Thyself. Thou wast love to man, {373} more than to any other creatures. It was love that brought Thee from heaven, and subjected Thee to the laws of a created nature. It was love alone which was able to conquer Thee, the Highest—and bring Thee low. Thou didst die through Thine infinite love of sinners. And it is love, which keeps Thee here still, even now that Thou hast ascended on high, in a small tabernacle, and under cheap and common outward forms. O Amor meus, if Thou wert not infinite Love, wouldest Thou remain here, one hour, imprisoned and exposed to slight, indignity, and insult? O my God, I do not know what infinity means—but one thing I see, that Thou art loving to a depth and height far beyond any measurement of mine.

3. And now Thou biddest me love Thee in turn, for Thou hast loved me. Thou wooest me to love Thee specially, above others. Thou dost say, "Lovest thou Me more than these?" O my God, how shameful that such a question need be put to me! yet, after all, do I really love Thee more than the run of men? The run of men do not really love Thee at all, but put Thee out of their thoughts. They feel it unpleasant to them to think of Thee; they have no sort of heart for Thee, yet Thou hast need to ask me whether I love Thee even a little. Why should I not love Thee much, how can I help loving Thee much, whom Thou hast brought so near to Thyself, whom Thou hast so wonderfully chosen out of the world to be Thy own special servant and son? Have I not cause to love Thee abundantly more than others, though all ought to love Thee? I {374} do not know what Thou hast done for others personally, though Thou hast died for all—but I know what Thou hast done specially for me. Thou hast done that for me, O my love, which ought to make me love Thee with all my powers.

sábado, 11 de septiembre de 2010

El perdón de Asís

Visión de san Francisco de Asís

Aunque ya pasó, con su viva celebración, el 2 de agosto, felizmente posteo aquí lo referido a la Indulgencia de la Porciúncula que deseaba hacer antes de aquella fecha.

En el Diploma de fr Teobaldo, obispo de Asís (1296-1329), del 1310, se testimonia el origen de esta indulgencia. En síntesis allí, y en otros relatos, se dice que una noche del año 1216 Francisco se encontraba en la Porciúncula inmerso en oración, cuando de pronto llenó la iglesita una vivísima luz y él vio sobre el altar a Cristo y su Madre Santísima, rodeados por una multitud de ángeles.
Ellos le preguntaron qué cosa deseaba para la salvación de los hombres. La respuesta de Francisco fue inmediata: "te ruego, que todos aquellos que, arrepentidos y confesados, vengan a visitar esta iglesia, obtengan el amplio y generoso perdón, con una completa remisión de todas las culpas".
"Lo que tú pides, hermano Francisco, es grande -le dijo el Señor-, pero de mayores cosas eres digno y mayores tendrás. Así que atiendo tu oración, pero a condición de que tú pidas a mi vicario en la tierra, de parte mía, esta indulgencia".
Francisco acompañado por fray Masseo de Marignano se presentó inmediatamente al Pontífice Honorio III que por entonces se encontraba en Peruggia. El Papa lo recibió y lo escuchó con atención. A la pregunta "Francisco, ¿por cuántos años quieres esta indulgencia?" el santo respondió: "Santo Padre, quiera su Santidad no darme a mí años, sino almas"; y continuó “Quiero, si le parece bien, que todo el que venga a esta iglesia confesado y arrepentido, sea absuelto de todos sus pecados, de culpa y de pena, en el cielo y en la tierra, desde el día de su bautismo hasta el día en que entre en la iglesia”. A la objeción del Papa el santo responde: “Lo que pido, no es de parte mía, sino de parte de Aquel que me ha mandado, nuestro Señor Jesucristo”. Y el Papa concluyó “Nos parece bien que la recibas”.
Antes de este diploma ya por el 1279 fray Pedro de Juan Olivi a la pregunta “¿Es conveniente creer que haya sido concedida una indulgencia plenaria en la iglesia de santa María de los Ángeles, en la cual fue fundada la Orden de los Hermanos Menores?” decía “Respondo que esto era convenientísimo hacer y por nosotros creerlo. Y esto resulta de varios argumentos que concurren en el hecho, esto es: la dignidad del que lo solicitó; la utilidad de los fieles; la sublimidad del estado evangélico ligado a la Porciúncula, la evidente dignidad de fe de los testimonios, la magnificencia altísima del concedente, el sumo pontífice”. Agrega más adelante que quién la había solicitado, san Francisco, se había hecho semejante a Cristo; el lugar, Santa María de la Porciúncula, dedicado a la Madre de Dios, reparado por san Francisco, era el lugar “donde fue revelado el estado de vida de Cristo, el apostólico”; lugar magnificado por las revelaciones y la frecuente presencia de la divinidad; la simplicidad y humildad del modo con el que esta indulgencia fue solicitada, concedida y promulgada, como acto de excesiva piedad y caridad, en un empeño de propagación de la fe, lejos de la intención de procurar ganancias lucrando con algo sagrado –libre de toda simonía, que por entonces preocupaba mucho-. Fue concedida en una época en la que se multiplicaba el pecado. De aquí la gran utilidad al pueblo que se veía por la indulgencia alentado a acudir a la confesión, al arrepentimiento y enmendación de sus pecados y en el lugar donde a través de Francisco y Clara fue revelado el estado de vida evangélico tan conveniente para ese tiempo. En la Porciúncula había una consonancia como el lugar de indulgencia y el lugar de la revelación del estado de vida según el Evangelio. Este estado de vida aparecía allí ante el corazón y los ojos con toda su belleza. Era evidente que este estado provenía a los hermanos por disposición del Espíritu Santo, ya que Cristo había dicho “Felices los pobres porque de ellos es el reino de los cielos”. Las argumentaciones de fray Pedro, teólogo francés, continúan. Lo cierto es que la indulgencia es percibida como una gracia sobreabundante la que revela el estado de vida de Francisco y sus hermanos en aquel lugar y la generosa efusión del perdón para todos en la iglesita.

Del fervoroso deseo de Francisco -fruto de su íntima comunión con Cristo pobre y humilde en el Misterio de la cruz y encendido en el Amor salvador del Señor- suscitado en él por el Espíritu y atendido por el Padre de las misericordias en el proceso narrado arriba desde la visión en adelante, nació entonces el Perdón de Asís accesible a todos, especialmente a los más pobres, que no podían hacer las largas, peligrosas y costosas peregrinaciones a los grandes santuarios de aquel entonces para obtener esta gracia.
Hoy por hoy se puede ganar este “perdón” en cualquier iglesia parroquial de nuestro país a partir del mediodía del 1 de agosto y durante todo el 2 de agosto de cada año, que es el día que celebramos a Ntra. Sra. de los Ángeles de la Porciúncula titular de la iglesita en Asís; puede también el Obispo de un lugar adecuar la fecha si lo aconseja la utilidad de los fieles. En la Porciúncula misma se puede obtener la indulgencia todos los días del año para quienes la visiten, y como en el caso anterior, con las condiciones exigidas y haciendo las obras requeridas.

Sobre las indulgencias leamos lo que Juan Pablo II nos decía en un párrafo del n 10 de la Bula Incarnationis Mysterium con la que convocaba al jubileo del 2000, que nos ayudará también a comprender el fruto de la indulgencia.

Todo viene de Cristo, pero como nosotros le pertenecemos, también lo que es nuestro se hace suyo y adquiere una fuerza que sana. Esto es lo que se quiere decir cuando se habla del « tesoro de la Iglesia », que son las obras buenas de los santos. Rezar para obtener la indulgencia significa entrar en esta comunión espiritual y, por tanto, abrirse totalmente a los demás. En efecto, incluso en el ámbito espiritual nadie vive para sí mismo. La saludable preocupación por la salvación de la propia alma se libera del temor y del egoísmo sólo cuando se preocupa también por la salvación del otro. Es la realidad de la comunión de los santos, el misterio de la « realidad vicaria », de la oración como camino de unión con Cristo y con sus santos. Él nos toma consigo para tejer juntos la blanca túnica de la nueva humanidad, la túnica de tela resplandeciente de la Esposa de Cristo.
Esta doctrina sobre las indulgencias enseña, pues, en primer lugar « lo malo y amargo que es haber abandonado a Dios (cf. Jr 2, 19). Los fieles, al ganar las indulgencias, advierten que no pueden expiar con solas sus fuerzas el mal que al pecar se han infligido a sí mismos y a toda la comunidad, y por ello son movidos a una humildad saludable ». Además, la verdad sobre la comunión de los santos, que une a los creyentes con Cristo y entre sí, nos enseña lo mucho que cada uno puede ayudar a los demás —vivos o difuntos— para estar cada vez más íntimamente unidos al Padre celestial.

Acudamos así mismo a un texto de nuestra Iglesia, de la Penitenciaria Apostólica, para conocer las indicaciones generales sobre la indulgencia:
INDICACIONES DE ÍNDOLE GENERAL SOBRE LAS INDULGENCIAS
1. El «Código de derecho canónico» (c. 992) y el «Catecismo de la Iglesia católica» (n. 1471), definen así la indulgencia: «La indulgencia es la remisión ante Dios de la pena temporal por los pecados, ya perdonados, en cuanto a la culpa, que un fiel dispuesto y cumpliendo determinadas condiciones consigue por mediación de la Iglesia, la cual, como administradora de la redención, distribuye y aplica con autoridad el tesoro de las satisfacciones de Cristo y de los santos».
2. En general, para lucrar las indulgencias hace falta cumplir determinadas condiciones (las enumeramos en los números 3 y 4) y realizar determinadas obras.
3. Para lucrar las indulgencias, tanto plenarias como parciales[1], es preciso que, al menos antes de cumplir las últimas exigencias de la obra indulgenciada, el fiel se halle en estado de gracia.
4. La indulgencia plenaria sólo se puede obtener una vez al día. Pero, para conseguirla, además del estado de gracia, es necesario que el fiel
- tenga la disposición interior de un desapego total del pecado, incluso venial;
- se confiese sacramentalmeпte de sus pecados;
- reciba la sagrada Eucaristía (ciertamente, es mejor recibirla participando en la santa Misa, pero para la indulgencia sólo es necesaria la sagrada Comunión);
- ore según las intenciones del Romano Pontífice.
5. Es conveniente, pero no necesario, que la confesión sacramental, y especialmente la sagrada Comunión y la oración por las intenciones del Papa, se hagan el mismo día en que se realiza la obra indulgenciada; pero es suficiente que estos sagrados ritos y oraciones se realicen dentro de algunos días (unos veinte) antes o después del acto indulgenciado. La oración según la mente del Papa queda a elección de los fieles, pero se sugiere un «Padrenuestro» y un «Avemaría». Para varias indulgencias plenarias basta una confesión sacramental, pero para cada indulgencia plenaria se requiere una distinta sagrada Comunión y una distinta oración según la mente del Santo Padre.
6. Los confesores pueden conmutar, en favor de los que estén legítimamente impedidos, tanto la obra prescrita como las condiciones requeridas (obviamente, excepto el desapego del pecado, incluso venial).
7. Las indulgencias siempre son aplicables o a sí mismos o a las almas de los difuntos, pero no son aplicables a otras personas vivas en la tierra.

En nuestro caso las obras consisten en dos oraciones, el Padrenuestro y el Credo.

[1] "La indulgencia es parcial o plenaria según libere de la pena temporal debida por los pecados en parte o totalmente".

Para comprender mejor lo de pena temporal, que nos interesa aquí, consultemos el Catecismo de la Iglesia Católica al respecto:
Las penas del pecado
1472 Para entender esta doctrina y esta práctica de la Iglesia (la indulgencia) es preciso recordar que el pecado tiene una doble consecuencia. El pecado grave nos priva de la comunión con Dios y por ello nos hace incapaces de la vida eterna, cuya privación se llama la "pena eterna" del pecado. Por otra parte, todo pecado, incluso venial, entraña apego desordenado a las criaturas que es necesario purificar, sea aquí abajo, sea después de la muerte, en el estado que se llama Purgatorio. Esta purificación libera de lo que se llama la "pena temporal" del pecado. Estas dos penas no deben ser concebidas como una especie de venganza, infligida por Dios desde el exterior, sino como algo que brota de la naturaleza misma del pecado. Una conversión que procede de una ferviente caridad puede llegar a la total purificación del pecador, de modo que no subsistiría ninguna pena.
1473 El perdón del pecado y la restauración de la comunión con Dios entrañan la remisión de las penas eternas del pecado. Pero las penas temporales del pecado permanecen. El cristiano debe esforzarse, soportando pacientemente los sufrimientos y las pruebas de toda clase y, llegado el día, enfrentándose serenamente con la muerte, por aceptar como una gracia estas penas temporales del pecado; debe aplicarse, tanto mediante las obras de misericordia y de caridad, como mediante la oración y las distintas prácticas de penitencia, a despojarse completamente del "hombre viejo" y a revestirse del "hombre nuevo".
Sobre estas penas temporales que permanecen viene el beneficio de la indulgencia.

Finalmente el Calendario Litúrgico de la Conferencia Episcopal Argentina dice:

El día 2 [de agosto] o en otro día que para utilidad de los fieles ha de ser establecido por el Ordinario, se puede ganar en las iglesias parroquiales la indulgencia plenaria de la “Porciúncula”. La obra prescrita para ganar dicha indulgencia es la piadosa visita de la iglesia en la cual se rezarán la oración dominical (Padre nuestro) y el símbolo de la fe (Credo). Se debe agregar la confesión sacramental, la comunión eucarística y una oración según las intenciones del Papa. Esta indulgencia se puede ganar una sola vez. La visita a la iglesia puede hacerse desde el mediodía del día anterior hasta la medianoche del día establecido.
La oración por las intenciones del Papa la solemos hacer rezando un Padre nuestro, tres Avemarías y el Gloria.

En una próxima entrada comentaré el sacramento de la Penitencia al que la indulgencia está estrechamente ligado.