martes, 20 de abril de 2010

Verdaderamente ha resucitado el Señor

El Señor resucitado ha pasado, pasa y permanece en nuestra comunidad parroquial -abierta a Él, de nuevo y cada vez dispuesta a recibirlo-. Permanece Él en la vida fraterna, en los lazos que la entretejen, en la vida de las familias y en cada uno de nosotros, "resucitando" con su Espíritu vivificador que es fuerza y que es luz, las “muertes” nuestras en su muerte y vuelta a la Vida, iluminando nuestras "tinieblas" con su más claro resplandor, haciendo más libre nuestra libertad de todo aquello que se volvió, por nuestras lejanías, esclavizante y entristecedor, como así mismo despertando procesos de conversión comunitarios algunos y personales otros, entusiasmándonos a perseverar en la oración, en la escucha orante de su Palabra y en la vida sacramental. Felices regresos a la Casa, un gozoso -en el gozo del Espíritu- ir pasando desde el repliegue en sí mismo de cada uno al Amor del Padre que nos descentra y nos hermana para la acogida mutua, reconciliada y sincera, y para el servicio generoso, desinteresado y perseverante en la alegría que se hace vida y anuncio de su Evangelio.

El fervor del recogimiento en las veces que era oportuno y necesario, como la expresión gozosa y festiva de los frutos de conversión y del agradecimiento al Amor del Señor por don tan grande, decían de las mociones del alma de muchos y del sereno y alegre devenir de la convivencia de la comunidad vividos sobretodo en las celebraciones, preparadas con delicadeza y diligencia, del Triduo Santo. La Liturgia vigorosa en el Misterio nos acogió en su fiesta ofreciéndonos el Encuentro que nos da la Vida.

Las comunicaciones y los encuentros que viví también en otras comunidades, en este tiempo hondamente festivo y esperanzador y especialmente en la octava que prolonga el gran Domingo, me vuelven agradecido, humilde y dan al corazón el entusiasmo de la alabanza y así en su fragilidad se hace del aliento que infunde el Espíritu para vivir en la comunión fraterna los servicios que concretan en el Silencio y con gestos cotidianos -“lavando los pies”- los misterios celebrados.

Cada mañana el sol con su luz y su calidez nos despierta a los trajines diarios; que también “el Sol que nace de lo alto”, en el alba de cada día nos despierte con su Amor el corazón, las manos y los pies que trajinan al encuentro del Señor en los más pequeños, humildes y necesitados de sus hermanos.

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