jueves, 27 de mayo de 2010

Une louange de gloire

El Misterio –que a todos nos alienta con alientos de Vida- más explícitamente testimoniado lo podemos contemplar en Isabel Catez Rolland. Breve mirada aquí, por lo tanto limitada, que podemos recibirla como un fulgor del corazón de un místico.

Una vida enamorada de Jesús –gracia singular- desde la Primera Comunión en la infancia hasta el último de sus días. La Beata Isabel de la Trinidad estando ya en el Carmelo se dedica a conocer los escritos de San Pablo, en la Carta a los Efesios -Ef 1, 12- encuentra la guía de su espiritualidad «ser una alabanza de gloria» de la Santísima Trinidad.

Isabel vivió entre 1880 y 1906 en Francia. A los 21 años ingresó en el Carmelo de Dijon. Fue beatificada por el papa Juan Pablo II el 25 de noviembre1984.

¿Qué es para la beata Isabel una alabanza de gloria? ¿Cómo vivía esta palabra de Efesios?:
“Una ‘alabanza de gloria’ (Ef 1, 12) es un alma que mora en Dios y que le ama con amor puro y desinteresado, sin buscarse a sí misma en las dulzuras de ese amor; que le ama independientemente de todos sus dones y aunque no hubiese recibido nada de él. Una alabanza de gloria es un alma silenciosa que está como una lira, dócil al toque misterioso del Espíritu Santo, para que arranque de ella armonías divinas. Esta alma sabe que el sufrimiento es una cuerda que produce sonidos aún mucho más melodiosos; por eso quiere verla en su instrumento, para conmover más deliciosamente el corazón de su Dios. Una alabanza de gloria es un alma que fija en Dios su mirada con fe y con simplicidad. Es un instrumento que refleja todo lo que Dios es. Es como un abismo sin fondo donde Dios puede meterse y expansionarse. Es también como un cristal en el que Dios puede reflejarse y contemplar todas sus perfecciones y su propio resplandor. Una alabanza de gloria es, finalmente, alguien que vive en continua acción de gracias. Todos sus actos y sentimientos, todos sus pensamientos y aspiraciones, a la vez que la van enraizando cada vez más profundamente en el amor, son como un eco del Sanctus eterno” (Beata Isabel de la Trinidad).

Compartamos, orando, su más conocida oración en la primera estrofa:

En el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
¡Oh, Dios mío, Trinidad a quien adoro!
Ayudadme a olvidarme enteramente
para establecerme en Vos, inmóvil y tranquila,
como si mi alma estuviera ya en la eternidad.
Que nada pueda turbar mi paz, ni hacerme salir de Vos,
¡oh mi Inmutable!, sino que cada minuto me haga penetrar más
en la profundidad de vuestro misterio.
Pacificad mi alma, haced de ella vuestro cielo,
vuestra morada amada y el lugar de vuestro reposo.
Que no os deje allí jamás solo,
sino que esté allí toda entera,
completamente despierta en mi fe, en adoración total,
completamente entregada a vuestra acción creadora.

PRIÈRE DE
SOEUR ÉLISABETH DE LA TRINITÉ

Au Nom du Père et du Fils et du Saint-Esprit.
O mon Dieu, Trinité que j'adore,
aidez-moi à m'oublier entièrement
pour m'établir en vous, immobile et paisible
comme si déjà mon âme était dans l'éternité!
Que rien ne puisse troubler ma paix ni me faire sortir de Vous,
ô mon Immuable, mais que chaque minute m'emporte
plus loin dans la profondeur de votre Mystère.
Pacifiez mon âme, faites-en votre ciel,
votre demeure aimée et le lieu de votre repos;
que je ne vous y laisse jamais seul,
mais que je sois là tout entière,
tout éveillée en ma foi, tout adorante,
toute livrée à votre action créatrice.

Párrafos de algunas de sus cartas:
“Vivamos con Dios como con un amigo. Procuremos que nuestra fe sea viva para comunicarnos con El a través de todas las cosas. Así se logra la Santidad. Llevamos el cielo dentro de nosotras pues Aquel que sacia a los Bienaventurados en la luz de la visión beatifica, se nos entrega por la fe y el misterio. Es el mismo. He hallado mi cielo en la tierra pues el cielo es Dios y Dios está en mi alma..." (Carta 100 A la Condesa de Sourdon)

"Todo depende de la intención que se tenga. Podemos santificar hasta las cosas más pequeñas y transformar en divinos los actos más ordinarios de la vida. Un alma que vive en Dios sólo obra sobrenaturalmente. Las acciones más vulgares, en vez de separarla la unen más íntimamente a El..." (Carta 275 A María Rolland)

"Si hiciéramos crecer a Dios cada día en nuestra alma, que seguridad obtendríamos para compadecer un día ante su infinita santidad. Creo que usted ha hallado el secreto. Por la renuncia se logra mejor esta finalidad divina. Por ella morimos a nosotros mismos y dejamos todo el lugar libre para Dios. Recuerde estas hermosa página del evangelio de S. Juan donde Nuestro Señor dice a Nicodemo: Te doy mi palabra de que si uno no nace de nuevo no puede ver el reino de Dios (Jn. 3, 3).
Renovémonos, pues en el interior de nuestra alma, despojémonos del hombre viejo y revistámonos del hombre nuevo a imagen del que le creó (Cl. 3, 10).Se hace esto tranquila y sencillamente alejándose de cuanto no es Dios. El alma se ve entonces libre de temores y deseos. Su voluntad se pierde totalmente en la voluntad de Dios. Como esto produce la unión, ella puede exclamar: No vivo yo, sino que vive Cristo en mi" (Gl. 2, 20). (Carta 203 A la Sra. Angles)


Al contarnos lo que pensaba sería su misión en el cielo nos dice lo que amaba vivir y experimentar:
"Me parece que mi misión en el cielo consistirá en atraer a las almas al recogimiento interior, ayudándolas a salir de sí mismas para unirse con Dios a través de un sentimiento sencillo y amoroso. Procuraré mantenerlas en ese profundo silencio interior que permite a Dios imprimirse en ellas y transformarlas en él"

Nos resuena como un eco esta parte de la III Carta de santa Clara de Asís S XIII a la beata Inés de Praga: “...alégrate también tú siempre en el Señor, carísima, y no te dejes envolver por ninguna tiniebla ni amargura, oh señora amadísima en Cristo, alegría de los ángeles y corona de las hermanas. Fija tu mente en el espejo de la eternidad, fija tu alma en el esplendor de la gloria, fija tu corazón en la figura de la divina sustancia, y transfórmate toda entera, por la contemplación, en imagen de su divinidad. Así experimentarás también tú lo que experimentan los amigos al saborear la dulzura escondida que el mismo Dios ha reservado desde el principio para sus amadores...”
Juan Pablo II en la homilía de la Misa de Beatificación de Isabel decía:
Nous osons aujourd’hui présenter au monde cette religieuse cloîtrée qui mena une «vie cachée en Dieu avec Jésus-Christ» (Col 3, 3) car elle est un témoin éclatant de la joie d’être enraciné et fondé dans l’amour (cf. Ep 3, 17). Elle célèbre la splendeur de Dieu, parce qu’elle se sait habitée au plus intime d’elle-même par la présence du Père du Fils et de l’Esprit en qui elle reconnaît la réalité de l’amour infiniment vivant.
Élisabeth a connu elle aussi la souffrance physique et morale. Unie au Christ crucifié, elle s’est totalement offerte, achevant dans sa chair la passion du Seigneur (cf. Col 1, 24), toujours assurée d’être aimée et de pouvoir aimer. Elle fait dans la paix le don de sa vie blessée.
À notre humanité désorientée qui ne sait plus trouver Dieu ou qui le défigure, qui cherche sur quelle parole fonder son espérance, Élisabeth donne le témoignage d’une ouverture parfaite à la Parole de Dieu qu’elle a assimilée au point d’en nourrir véritablement sa réflexion et sa prière, au point d’y trouver toutes ses raisons de vivre et de se consacrer à la louange de sa gloire.

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