lunes, 21 de diciembre de 2015
Oración atribuída a Monseñor Romero
Sermón de la montaña - Mateo 5-7
En la mañana de hoy en la Sala Clementina, Papa Francisco se dirigió a los trabajadores de la Curia romana; de esa alocución tomamos lo que sigue.
Queridos hermanos
La misericordia no es un sentimiento pasajero, sino la
síntesis de la Buena
Noticia; es la opción de los que quieren tener los
sentimientos del Corazón de Jesús, de quien quiere seriamente seguir al Señor,
que nos pide: «Sed misericordiosos como vuestro Padre» (Mt 5,48; Lc 6,36). El
Padre Hermes Ronchi dice: «Misericordia: escándalo para la justicia, locura
para la inteligencia, consuelo para nosotros, los deudores. La deuda de
existir, la deuda de ser amados, sólo se paga con la misericordia».
Así pues, que sea la misericordia la que guíe nuestros
pasos, la que inspire nuestras reformas, la que ilumine nuestras decisiones.
Que sea el soporte maestro de nuestro trabajo. Que sea la que nos enseñe cuándo
hemos de ir adelante y cuándo debemos dar un paso atrás. Que sea la que nos
haga ver la pequeñez de nuestros actos en el gran plan de salvación de Dios y
en la majestuosidad y el misterio de su obra.
Para ayudarnos a entender esto, dejémonos asombrar por la
bella oración, comúnmente atribuida al beato Oscar Arnulfo Romero, pero que fue
pronunciada por primera vez por el Cardenal John Dearden:
De vez en cuando, dar un paso atrás nos ayuda
a tomar una perspectiva mejor.
El Reino no sólo está más allá de nuestros esfuerzos,
sino incluso más allá de nuestra visión.
Durante nuestra vida, sólo realizamos una minúscula parte
de esa magnífica empresa que es la obra de Dios.
Nada de lo que hacemos está acabado,
lo que significa que el Reino está siempre ante nosotros.
Ninguna declaración dice todo lo que podría decirse.
Ninguna oración puede expresar plenamente nuestra fe.
Ninguna confesión trae la perfección,
ninguna visita
pastoral trae la integridad.
Ningún programa realiza la misión de la Iglesia.
En ningún esquema de metas y objetivos se incluye todo.
Esto es lo que intentamos hacer:
plantamos semillas que un día crecerán;
regamos semillas ya plantadas,
sabiendo que son promesa de futuro.
Sentamos bases que necesitarán un mayor desarrollo.
Los efectos de la levadura que proporcionamos
van más allá de nuestras posibilidades.
No podemos hacerlo todo y, al darnos cuenta de ello,
sentimos una cierta liberación.
Ella nos capacita a hacer algo, y a hacerlo muy bien.
Puede que sea incompleto, pero es un principio,
un paso en el camino,
una ocasión para que entre la gracia del Señor y haga el
resto.
Es posible que no veamos nunca los resultados finales,
pero esa es la diferencia entre el jefe de obras y el
albañil.
Somos albañiles, no jefes de obra, ministros, no el Mesías.
Somos profetas de un futuro que no es nuestro.
Y con estos pensamientos, con estos sentimientos, os deseo
una feliz y santa Navidad, y os pido que recéis por mí. Gracias.
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