martes, 16 de junio de 2020

Virus con Corona

50 Å. Cincuenta Armstrong, leemos en la figura. Una medida tan pequeña, da mucho que pensar. Milímetro, micrómetro, nanómetro, Armstrong igual a uno por diez a la menos diez de un metro. 

La medida del hombre es inmensa comparada con la de este virus pero a la vez es casi imperceptible en el universo infinito, que se mide en años luz, aunque es inconmensurable. Un misterio.

En la oración recibimos desde muy muy lejos o desde muy muy íntimo, desde el Cielo donde está el Padre, o desde el Cielo que vive dentro nuestro, indicaciones que de atenderlas modifican nuestra vida de todos los días en cuestiones de vida o muerte. La exhortación a obedecer grita desde el amor a la vida.

El virus desde el silencio mismo de la materia, amenaza. Amenazas de muerte a la vida, tesoro agraciado confiado a nuestras manos, a manos adiestradas por el obrar del Espíritu de quien se deja enseñar por Él.

La ciencia ha aguzado la vista hasta lograr, de algún modo, “ver” estas mínimas proteínas. Esfuerzos sudorosos para neutralizar su fuerza destructiva en centros de estudios e investigación; inteligencias embriagadas de conocimientos, de ingenio y creatividad. Mientras en la vida sencilla de todos los días, el que lo ignora y se expone al contagio sufre y contagia y si es débil, muere, cuando es invadido.

Podemos ver lo que pasa. Podemos contabilizar a los contagiados y a los que el contagio les recuerda que somos del polvo de la tierra con un soplo divino en el alma… y que al polvo volveremos. La obediencia a las normas de cuidado a lo largo y ancho del mundo es increíblemente mayoritaria. Un consenso pensado imposible, hasta que apareció quien manda: el virus. Y manda en estos días más que ningún otro. Como otras muchas veces ocurrió antes en la familia humana.
Hace pocos días conmemoramos al hermoso san Efrén. En la Siria del siglo IV la peste lo sacó de su vida retirada en la serena paz de la oración, y lo trajo entre sus hermanos a la diligente paz del servicio, para consolarlos y sanarlos o sepultarlos.

El Espíritu nos atrae dulcemente a la obediencia de la Palabra sagrada, que insufla la Vida, en la vida de la tierra.
Remueve la pestilencia de la muerte que intenta ahogar la vida de los pueblos.
Por los sencillos, los humildes, los pobres de corazón, un río caudaloso y manso, desde el silencio mismo del Espíritu, renueva la faz de la tierra.

Concédenos Señor la gracia de abrir el oído del corazón al Silencio que nos habla; nuestros pasos a la Obediencia que da Vida.
Junio 12
2020

sábado, 11 de enero de 2020

Quien adora está en el umbral de la eternidad


En la solemnidad de la Epifanía [06/01/ 2020], el Papa Francisco ha exhortado a ponerse en la estela de los Magos, a descubrir el sentido de la adoración. En esta breve entrevista Monseñor Bruno Forte, Arzobispo de Chieti-Vasto, le hace eco respondiendo sobre este modo de orar y de ser.

Bruno Forte: - Adoración viene de ad-os, oris que significa literalmente estar junto al umbral. Os, oris es el umbral, o la orilla del mar o por ejemplo la boca. Es todo esto que señala una suerte de frontera. Quien adora está sobre el umbral de la eternidad, es decir se pone en la presencia de Dios, se deja recibir en la relación divina del Padre, del Hijo, del Espíritu. He aquí por qué perder el sentido de la adoración, como dice el Papa, significa perder el sentido de la orientación de la entera vida cristiana que es caminar hacia el Señor y no replegarse sobre sí mismo. La vida de gracia, la vida de caridad, esperanza y fe es en cambio una vida adorante. Es una vida que continuamente sobre el umbral va hacia el Señor y recibe su venida a nuestro corazón y a nuestra vida.

Francisco también ha recordado que adorando se aprende a rechazar lo que no debe ser adorado, es decir “el Dios dinero, el Dios consumo, el Dios placer, el Dios éxito, nuestro yo erigido en Dios” …

R. – Y Francisco lo ha hecho también con los ejemplos concretos extraídos justamente de la Palabra del día, porque primero ha mencionado a Herodes que utiliza el verbo “adorar”. Dice a los reyes Magos que lo informen sobre el lugar donde se encuentra el Niño para poder adorarlo. Pero en realidad es un adorar de modo engañoso. Es cuando en vez de adorar a Dios, se adora el propio yo. Ésta es una tentación constante: servirnos de Dios en vez de servir a Dios. Pero también los jefes de los sacerdotes, los escribas del pueblo, siempre en el mismo Evangelio, usan instrumentalmente la adoración. Ellos conocen las profecías, conocen las Escrituras, pero en realidad no van más allá de este conocimiento. Y el Papa recuerda fuertemente el hecho de que no basta saber sin salir de sí mismo, sin este éxodo sin retorno que es el amor, la caridad y sin encontrar verdaderamente a Dios y encontrarlo en las oraciones y en los otros, entonces la vida cristiana no se realiza. Dicho en otras palabras, teología, eficiencia pastoral sirven poco si no se hace como los Magos, si no se sale de sí y de sí se abre al encuentro con Dios y a la adoración de su Rostro.

Tantos cristianos que rezan, ha dicho Francisco, no saben adorar. El Papa ha exhortado a encontrar espacios para la adoración durante la jornada y en la comunidad: “Así como los Magos -agregó- viviremos una alegría grandísima”

R. – Si adorar es estar sobre el umbral de la eternidad, esto implica una orientación constante del corazón del creyente, pero implica también tiempos regalados gratuitamente a este encuentro con Dios. Tiempos en los cuales uno se deja amar por Dios. En cierto sentido, adorar es dejarse amar por Dios y cuando uno se deja amar por Dios, el Señor realiza en nosotros las revoluciones de su amor. Quien adora vive una relación de amor con Dios que cambia toda la vida. Es lo que han vivido los magos. Si no se es adorador de Dios no se es tampoco discípulo de Jesús que ha sido el adorador por excelencia, Aquel que personaliza el umbral entre el tiempo y la eternidad, entre Dios y el hombre.

Amedeo Lomonaco – Città del Vaticano

https://www.vaticannews.va/it/papa/news/2020-01/intervista-monsignor-bruno-forteadorazione-epifania.html