
Teniendo bien conocida la experiencia del sufrimiento y la ofrenda del justo en manos de los injustos, en parte y en algunas ocasiones, la persecución aún proveniendo de "paganos" suele estar animada por el Espíritu para el bien de los que con el corazón endurecido se alienaron en sí mismos dejando la Casa, el Misterio vivificante. Esta mirada descubre el trabajo del Señor en todos los hombres y en toda creatura, reaccionando lo saludable y redentor en ellos, como un soplo de su Aliento que libremente irrumpe donde es necesario y conveniente.
La conversión de vida
Cuanto más elevado es el camino que se nos ha abierto a los que hemos heredado de nuestros Padres una forma de vida santa, mayor peligro tenemos de caer, no sólo por transgresiones manifiestas, sino también por el peso natural de la rutina. Como Dios da su gracia a los humildes, debemos recurrir sobre todo a Él, y estar siempre en pie de guerra, no sea que la viña elegida se convierta en bastarda.
El que nuestro ideal de vida se mantenga a su altura, depende más de la fidelidad de cada uno que de la acumulación de leyes, la adaptación de nuestros usos, o incluso la competencia de los Priores. No bastaría obedecer las órdenes de los Superiores y cumplir exactamente la letra de los Estatutos, si, guiados por el Espíritu, no sintiésemos según el Espíritu. El monje, desde el comienzo de su nueva vida colocado en la soledad, queda a su libre albedrío. Como ya no es niño, sino varón, no ande fluctuando llevado por todo viento, sino examine lo que agrada a Dios y sígalo espontáneamente, poniendo en juego, con sobria sabiduría, la libertad de los hijos de Dios de que es responsable ante el Señor. Que nadie, sin embargo, se tenga por sabio en su propia estimación; porque quien descuida abrir su corazón a un guía experimentado, es de temer que, falto de discreción, camine menos de lo preciso, se canse de correr o, deteniéndose, se quede dormido.
¿Cómo, pues, podremos cumplir nuestro oficio en el Pueblo de Dios como víctimas vivas, agradables a Dios, si nos dejamos separar del Hijo de Dios, que es a la vez vida y hostia por excelencia, por la relajación y la inmortificación, las divagaciones de la mente, la vana charlatanería, los inútiles cuidados y ocupaciones; o si el monje en la celda se halla aprisionado por su amor propio con miserables preocupaciones?
Esforcémonos con toda energía en estabilizar en Dios nuestros pensamientos y afectos, con sencillez de corazón y castidad de mente. Cada uno, olvidado de sí mismo y del camino dejado atrás, corra hacia la meta, para alcanzar el premio a que Dios lo llama desde lo alto en Cristo Jesús.
Mas quien no ama a su hermano a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve. Dado que el fraterno diálogo entre los hombres no se hace perfecto sino a través del mutuo respeto de las personas, ciertamente nos compete en grado máximo a nosotros, que moramos en la Casa de Dios, dar testimonio de la caridad que de Dios procede, cuando recibimos amablemente a los hermanos que conviven con nosotros, y nos preocupamos por abrazar con mente y corazón el carácter y los modales de ellos, por más distintos que sean de los nuestros. Porque las enemistades, las disputas y otras cosas semejantes, nacen generalmente del desprecio de los demás.
Evitemos todo lo que pueda perjudicar al bien de la paz; sobre todo, no hablemos mal de nuestro hermano. Si en la Casa nace alguna disensión entre unos monjes con otros o entre los monjes y el Prior, pruébense paciente y humildemente todos los medios que puedan resolver el asunto con caridad, antes de comunicarlo a los Visitadores, al Reverendo Padre o al Capítulo General. Lo mejor es que la paz se conserve en la familia conventual, como fruto del esfuerzo y la unión de todos. El Prior, en esos casos, no se muestre dominante, sino como un hermano; y si está en culpa, que la reconozca y se enmiende.
Como por causa de los Priores en gran parte decae o florece el espíritu en las Casas de la Orden, procuren edificar con su ejemplo, practicando antes de enseñar, sin permitirse hablar nada que el mismo Cristo no hubiese querido decir por ellos. Entregados a la oración, al silencio y a la celda, háganse merecedores de la confianza de sus súbditos, y mantengan con ellos una verdadera comunión de caridad. Con benignidad e interés vean cuál es su vida en la celda y cuál su estado de ánimo, para atajar sus tentaciones a los comienzos, no sea que luego, cuando el mal está muy arraigado, se aplique demasiado tarde el remedio.
Por último, hoy día hay que evitar sobremanera conformarse al mundo presente. Porque el buscar demasiado y abrazar con facilidad las cosas que miran a la comodidad de la vida, contradicen totalmente a nuestro estado, especialmente porque una novedad llama a otra. Los medios que nos ha concedido la divina Providencia no son para procurarnos una vida de regalo. El camino hacia Dios es fácil, pues se avanza por él no cargándose de cosas, sino desprendiéndose de ellas. Despojémonos hasta tal punto que, habiéndolo dejado todo y a nosotros mismos, participemos del estilo de vida de nuestros primeros Padres.
1 comentario:
me gustaria algun dia ir a conocerlos , estando abierto a lo que Dios me pida,saludos Daniel
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