Visión de san Francisco de Asís
Aunque ya pasó, con su viva celebración, el 2 de agosto, felizmente posteo aquí lo referido a la Indulgencia de la Porciúncula que deseaba hacer antes de aquella fecha.
En el Diploma de fr Teobaldo, obispo de Asís (1296-1329), del 1310, se testimonia el origen de esta indulgencia. En síntesis allí, y en otros relatos, se dice que una noche del año 1216 Francisco se encontraba en la Porciúncula inmerso en oración, cuando de pronto llenó la iglesita una vivísima luz y él vio sobre el altar a Cristo y su Madre Santísima, rodeados por una multitud de ángeles.
Ellos le preguntaron qué cosa deseaba para la salvación de los hombres. La respuesta de Francisco fue inmediata: "te ruego, que todos aquellos que, arrepentidos y confesados, vengan a visitar esta iglesia, obtengan el amplio y generoso perdón, con una completa remisión de todas las culpas".
"Lo que tú pides, hermano Francisco, es grande -le dijo el Señor-, pero de mayores cosas eres digno y mayores tendrás. Así que atiendo tu oración, pero a condición de que tú pidas a mi vicario en la tierra, de parte mía, esta indulgencia".
Francisco acompañado por fray Masseo de Marignano se presentó inmediatamente al Pontífice Honorio III que por entonces se encontraba en Peruggia. El Papa lo recibió y lo escuchó con atención. A la pregunta "Francisco, ¿por cuántos años quieres esta indulgencia?" el santo respondió: "Santo Padre, quiera su Santidad no darme a mí años, sino almas"; y continuó “Quiero, si le parece bien, que todo el que venga a esta iglesia confesado y arrepentido, sea absuelto de todos sus pecados, de culpa y de pena, en el cielo y en la tierra, desde el día de su bautismo hasta el día en que entre en la iglesia”. A la objeción del Papa el santo responde: “Lo que pido, no es de parte mía, sino de parte de Aquel que me ha mandado, nuestro Señor Jesucristo”. Y el Papa concluyó “Nos parece bien que la recibas”.
Antes de este diploma ya por el 1279 fray Pedro de Juan Olivi a la pregunta “¿Es conveniente creer que haya sido concedida una indulgencia plenaria en la iglesia de santa María de los Ángeles, en la cual fue fundada la Orden de los Hermanos Menores?” decía “Respondo que esto era convenientísimo hacer y por nosotros creerlo. Y esto resulta de varios argumentos que concurren en el hecho, esto es: la dignidad del que lo solicitó; la utilidad de los fieles; la sublimidad del estado evangélico ligado a la Porciúncula, la evidente dignidad de fe de los testimonios, la magnificencia altísima del concedente, el sumo pontífice”. Agrega más adelante que quién la había solicitado, san Francisco, se había hecho semejante a Cristo; el lugar, Santa María de la Porciúncula, dedicado a la Madre de Dios, reparado por san Francisco, era el lugar “donde fue revelado el estado de vida de Cristo, el apostólico”; lugar magnificado por las revelaciones y la frecuente presencia de la divinidad; la simplicidad y humildad del modo con el que esta indulgencia fue solicitada, concedida y promulgada, como acto de excesiva piedad y caridad, en un empeño de propagación de la fe, lejos de la intención de procurar ganancias lucrando con algo sagrado –libre de toda simonía, que por entonces preocupaba mucho-. Fue concedida en una época en la que se multiplicaba el pecado. De aquí la gran utilidad al pueblo que se veía por la indulgencia alentado a acudir a la confesión, al arrepentimiento y enmendación de sus pecados y en el lugar donde a través de Francisco y Clara fue revelado el estado de vida evangélico tan conveniente para ese tiempo. En la Porciúncula había una consonancia como el lugar de indulgencia y el lugar de la revelación del estado de vida según el Evangelio. Este estado de vida aparecía allí ante el corazón y los ojos con toda su belleza. Era evidente que este estado provenía a los hermanos por disposición del Espíritu Santo, ya que Cristo había dicho “Felices los pobres porque de ellos es el reino de los cielos”. Las argumentaciones de fray Pedro, teólogo francés, continúan. Lo cierto es que la indulgencia es percibida como una gracia sobreabundante la que revela el estado de vida de Francisco y sus hermanos en aquel lugar y la generosa efusión del perdón para todos en la iglesita.
Del fervoroso deseo de Francisco -fruto de su íntima comunión con Cristo pobre y humilde en el Misterio de la cruz y encendido en el Amor salvador del Señor- suscitado en él por el Espíritu y atendido por el Padre de las misericordias en el proceso narrado arriba desde la visión en adelante, nació entonces el Perdón de Asís accesible a todos, especialmente a los más pobres, que no podían hacer las largas, peligrosas y costosas peregrinaciones a los grandes santuarios de aquel entonces para obtener esta gracia.
Hoy por hoy se puede ganar este “perdón” en cualquier iglesia parroquial de nuestro país a partir del mediodía del 1 de agosto y durante todo el 2 de agosto de cada año, que es el día que celebramos a Ntra. Sra. de los Ángeles de la Porciúncula titular de la iglesita en Asís; puede también el Obispo de un lugar adecuar la fecha si lo aconseja la utilidad de los fieles. En la Porciúncula misma se puede obtener la indulgencia todos los días del año para quienes la visiten, y como en el caso anterior, con las condiciones exigidas y haciendo las obras requeridas.
Sobre las indulgencias leamos lo que Juan Pablo II nos decía en un párrafo del n 10 de la Bula Incarnationis Mysterium con la que convocaba al jubileo del 2000, que nos ayudará también a comprender el fruto de la indulgencia.
Todo viene de Cristo, pero como nosotros le pertenecemos, también lo que es nuestro se hace suyo y adquiere una fuerza que sana. Esto es lo que se quiere decir cuando se habla del « tesoro de la Iglesia », que son las obras buenas de los santos. Rezar para obtener la indulgencia significa entrar en esta comunión espiritual y, por tanto, abrirse totalmente a los demás. En efecto, incluso en el ámbito espiritual nadie vive para sí mismo. La saludable preocupación por la salvación de la propia alma se libera del temor y del egoísmo sólo cuando se preocupa también por la salvación del otro. Es la realidad de la comunión de los santos, el misterio de la « realidad vicaria », de la oración como camino de unión con Cristo y con sus santos. Él nos toma consigo para tejer juntos la blanca túnica de la nueva humanidad, la túnica de tela resplandeciente de la Esposa de Cristo.
Esta doctrina sobre las indulgencias enseña, pues, en primer lugar « lo malo y amargo que es haber abandonado a Dios (cf. Jr 2, 19). Los fieles, al ganar las indulgencias, advierten que no pueden expiar con solas sus fuerzas el mal que al pecar se han infligido a sí mismos y a toda la comunidad, y por ello son movidos a una humildad saludable ». Además, la verdad sobre la comunión de los santos, que une a los creyentes con Cristo y entre sí, nos enseña lo mucho que cada uno puede ayudar a los demás —vivos o difuntos— para estar cada vez más íntimamente unidos al Padre celestial.
Acudamos así mismo a un texto de nuestra Iglesia, de la Penitenciaria Apostólica, para conocer las indicaciones generales sobre la indulgencia:
INDICACIONES DE ÍNDOLE GENERAL SOBRE LAS INDULGENCIAS
1. El «Código de derecho canónico» (c. 992) y el «Catecismo de la Iglesia católica» (n. 1471), definen así la indulgencia: «La indulgencia es la remisión ante Dios de la pena temporal por los pecados, ya perdonados, en cuanto a la culpa, que un fiel dispuesto y cumpliendo determinadas condiciones consigue por mediación de la Iglesia, la cual, como administradora de la redención, distribuye y aplica con autoridad el tesoro de las satisfacciones de Cristo y de los santos».
2. En general, para lucrar las indulgencias hace falta cumplir determinadas condiciones (las enumeramos en los números 3 y 4) y realizar determinadas obras.
3. Para lucrar las indulgencias, tanto plenarias como parciales[1], es preciso que, al menos antes de cumplir las últimas exigencias de la obra indulgenciada, el fiel se halle en estado de gracia.
4. La indulgencia plenaria sólo se puede obtener una vez al día. Pero, para conseguirla, además del estado de gracia, es necesario que el fiel
- tenga la disposición interior de un desapego total del pecado, incluso venial;
- se confiese sacramentalmeпte de sus pecados;
- reciba la sagrada Eucaristía (ciertamente, es mejor recibirla participando en la santa Misa, pero para la indulgencia sólo es necesaria la sagrada Comunión);
- ore según las intenciones del Romano Pontífice.
5. Es conveniente, pero no necesario, que la confesión sacramental, y especialmente la sagrada Comunión y la oración por las intenciones del Papa, se hagan el mismo día en que se realiza la obra indulgenciada; pero es suficiente que estos sagrados ritos y oraciones se realicen dentro de algunos días (unos veinte) antes o después del acto indulgenciado. La oración según la mente del Papa queda a elección de los fieles, pero se sugiere un «Padrenuestro» y un «Avemaría». Para varias indulgencias plenarias basta una confesión sacramental, pero para cada indulgencia plenaria se requiere una distinta sagrada Comunión y una distinta oración según la mente del Santo Padre.
6. Los confesores pueden conmutar, en favor de los que estén legítimamente impedidos, tanto la obra prescrita como las condiciones requeridas (obviamente, excepto el desapego del pecado, incluso venial).
7. Las indulgencias siempre son aplicables o a sí mismos o a las almas de los difuntos, pero no son aplicables a otras personas vivas en la tierra.
En nuestro caso las obras consisten en dos oraciones, el Padrenuestro y el Credo.
[1] "La indulgencia es parcial o plenaria según libere de la pena temporal debida por los pecados en parte o totalmente".
Para comprender mejor lo de pena temporal, que nos interesa aquí, consultemos el Catecismo de la Iglesia Católica al respecto:
Las penas del pecado
1472 Para entender esta doctrina y esta práctica de la Iglesia (la indulgencia) es preciso recordar que el pecado tiene una doble consecuencia. El pecado grave nos priva de la comunión con Dios y por ello nos hace incapaces de la vida eterna, cuya privación se llama la "pena eterna" del pecado. Por otra parte, todo pecado, incluso venial, entraña apego desordenado a las criaturas que es necesario purificar, sea aquí abajo, sea después de la muerte, en el estado que se llama Purgatorio. Esta purificación libera de lo que se llama la "pena temporal" del pecado. Estas dos penas no deben ser concebidas como una especie de venganza, infligida por Dios desde el exterior, sino como algo que brota de la naturaleza misma del pecado. Una conversión que procede de una ferviente caridad puede llegar a la total purificación del pecador, de modo que no subsistiría ninguna pena.
1473 El perdón del pecado y la restauración de la comunión con Dios entrañan la remisión de las penas eternas del pecado. Pero las penas temporales del pecado permanecen. El cristiano debe esforzarse, soportando pacientemente los sufrimientos y las pruebas de toda clase y, llegado el día, enfrentándose serenamente con la muerte, por aceptar como una gracia estas penas temporales del pecado; debe aplicarse, tanto mediante las obras de misericordia y de caridad, como mediante la oración y las distintas prácticas de penitencia, a despojarse completamente del "hombre viejo" y a revestirse del "hombre nuevo".
Sobre estas penas temporales que permanecen viene el beneficio de la indulgencia.
Finalmente el Calendario Litúrgico de la Conferencia Episcopal Argentina dice:
El día 2 [de agosto] o en otro día que para utilidad de los fieles ha de ser establecido por el Ordinario, se puede ganar en las iglesias parroquiales la indulgencia plenaria de la “Porciúncula”. La obra prescrita para ganar dicha indulgencia es la piadosa visita de la iglesia en la cual se rezarán la oración dominical (Padre nuestro) y el símbolo de la fe (Credo). Se debe agregar la confesión sacramental, la comunión eucarística y una oración según las intenciones del Papa. Esta indulgencia se puede ganar una sola vez. La visita a la iglesia puede hacerse desde el mediodía del día anterior hasta la medianoche del día establecido.
La oración por las intenciones del Papa la solemos hacer rezando un Padre nuestro, tres Avemarías y el Gloria.
En una próxima entrada comentaré el sacramento de la Penitencia al que la indulgencia está estrechamente ligado.
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