sábado, 22 de diciembre de 2007

Francisco de Asís y la Navidad en Greccio

En la Navidad de 1223, tres años antes de su muerte, el Hermano Francisco que "tenía tan presente en su memoria la humildad de la encarnación y la caridad de la pasión" del Señor, pasando por Greccio le viene el "deseo de celebrar la memoria del niño que nació en Belén" queriendo "contemplar de alguna manera con sus ojos lo que sufrió en su invalidez de niño, cómo fue reclinado en el pesebre y cómo fue colocado sobre heno entre el buey y el asno". Para realizar esto, unos quince días antes de aquella Navidad Francisco habló a Juan, un hombre de aquel lugar, a quien él apreciaba de veras y le pidió que preparara lo necesario para concretar su deseo. El buen hombre accedió gustoso y con prontitud preparó, en el lugar señalado, todo lo que su amigo le había pedido.

Con cirios y teas la gente de la comarca y otros venidos de lugares vecinos, iluminaron la Noche Buena, noche que con su estrella iluminó todos los tiempos. Llegó al lugar Francisco y se alegró al ver que todo estaba dispuesto. El pesebre, el heno, el buey y el asno.

La simplicidad, la pobreza y la humildad hacen de Greccio la nueva Belén. "La noche resplandece como el día, noche placentera para los hombres y para los animales." Ante el nuevo misterio, puesto ante ellos en la escena, la gente saborea nuevos gozos. Toda la creación parece resonar con los cantos de alegría. Los frailes pasan la noche entre canciones de alabanza; Francisco de pie frente al pesebre se siente traspasado de inefable y gozosa piedad. El sacerdote que celebra la Misa sobre el pesebre, goza a su vez de singular consolación.

Juan de Greccio, el amigo de Francisco "tiene una admirable visión". Ve a un niño, exánime, recostado en el pesebre que al acercarse Francisco y tocarlo despierta de su sopor. Interpretan que por su gracia y por medio de su siervo Francisco, el niño Jesús "resucitó" después de estar sepultado en el olvido en muchos corazones para dejar, por la celebración vivida, grabada su imagen en esos corazones ahora enamorados. Terminada la solemne vigilia regresan todos a sus casas colmados de alegría.

Por la fe de aquella gente conservaron por un tiempo el heno del pesebre y, como multiplicando la misericordia del Señor, lo aprovecharon para la curación de algunos animales, para ayudar en partos difíciles a algunas mujeres y para la curación de algunos males de otras personas.

En honor de san Francisco se construyó sobre el pesebre un altar y se dedicó una iglesia. Allí donde se alimentaron con pasto los animales, se alimentan ahora los hombres con el Cordero inmaculado, Jesucristo.

(cf. Vida Primera de Celano 84-87)

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