Oremos.
Padre santo, que has alegrado al mundo por la resurrección de tu Hijo, nuestro Señor Jesucristo: te pedimos que, por la intercesión de la Virgen María, podamos alcanzar también las alegrías de la vida eterna. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
Aprovecho para compartirles los siguientes párrafos tomados del n 39 de la Encíclica Redemptoris Mater (25 de marzo de 1987) de Juan Pablo II
Mediadora porque es madre y esclava
La maternidad de María, impregnada profundamente por la actitud esponsal de «esclava del Señor», constituye la dimensión primera y fundamental de aquella mediación que la Iglesia confiesa y proclama respecto a ella, y continuamente «recomienda a la piedad de los fieles» porque confía mucho en esta mediación. En efecto, conviene reconocer que, antes que nadie, Dios mismo, el eterno Padre, se entregó a la Virgen de Nazaret, dándole su propio Hijo en el misterio de la Encarnación. Esta elección suya al sumo cometido y dignidad de Madre del Hijo de Dios, a nivel ontológico, se refiere a la realidad misma de la unión de las dos naturalezas en la persona del Verbo (unión hipostática). Este hecho fundamental de ser la Madre del Hijo de Dios supone, desde el principio, una apertura total a la persona de Cristo, a toda su obra y misión. Las palabras «he aquí la esclava del Señor» atestiguan esta apertura del espíritu de María, la cual, de manera perfecta, reúne en sí misma lo propio del amor de la virginidad y el amor característico de la maternidad, unidos y como fundidos juntamente.
Mediadora porque colabora en la única mediación de su Hijo
Por tanto María ha llegado a ser no sólo la «madre-nodriza» del Hijo del hombre, sino también la «compañera singularmente generosa» del Mesías y Redentor. Ella avanzaba en la peregrinación de la fe y en esta peregrinación suya hasta los pies de la Cruz se ha realizado, al mismo tiempo, su cooperación materna en toda la misión del Salvador mediante sus acciones y sufrimientos. A través de esta colaboración en la obra del Hijo Redentor, la maternidad misma de María conocía una transformación singular, colmándose cada vez más de «ardiente caridad» hacia todos aquellos a quienes estaba dirigida la misión de Cristo. Por medio de esta «ardiente caridad», orientada a realizar en unión con Cristo la restauración de la «vida sobrenatural de las almas», María entraba de manera muy personal en la única mediación «entre Dios y los hombres», que es la mediación del hombre Cristo Jesús. Si ella fue la primera en experimentar en sí misma los efectos sobrenaturales de esta única mediación —ya en la anunciación había sido saludada como «llena de gracia»— entonces es necesario decir, que por esta plenitud de gracia y de vida sobrenatural, estaba particularmente predispuesta a la cooperación con Cristo, único mediador de la salvación humana. Y tal cooperación es precisamente esta mediación subordinada a la mediación de Cristo.
Mediación especial y excepcional
En el caso de María se trata de una mediación especial y excepcional, basada sobre su «plenitud de gracia», que se traducirá en la plena disponibilidad de la «esclava del Señor». Jesucristo, como respuesta a esta disponibilidad interior de su Madre, la preparaba cada vez más a ser para los hombres «madre en el orden de la gracia».
son edición del blog.