V. Te adoramos, Cristo, y te bendecimos. R. Pues por tu santa Cruz, redimiste al mundo.
Lectura del Evangelio según san Juan 19, 16-17
Entonces [Pilato] se lo entregó para que lo crucificaran.
Tomaron a Jesús, y, cargando él mismo con la cruz, salió al sitio llamado «de la Calavera» (que en hebreo
se dice Gólgota).
Pilato entrega a Jesús en las manos de los jefes de los
sacerdotes y de los guardias. Los soldados le ponen sobre la espalda un manto
púrpura y en la cabeza una corona de ramas espinosas. Durante la noche se
burlan de él, lo maltratan y lo flagelan. Después, en la mañana, lo cargan con
un pesado madero, la cruz sobre la que son clavados los ladrones, para que
todos vean cómo acaban los malhechores. Muchos de los suyos escapan.
Este suceso de hace 2000 años se repite en la historia de la Iglesia y de la humanidad.
También hoy. Es el cuerpo de Cristo, es la Iglesia la que es golpeada y herida, de nuevo.
Jesús, viéndote así, sangrando, sólo, abandonado,
escarnecido, nos preguntamos: «Pero aquella gente que tanto habías amado, iluminado
y hecho del bien, aquellos hombres, aquellas mujeres, ¿acaso no somos también
nosotros hoy? También nosotros nos hemos escondido por miedo a vernos
implicados, olvidando que somos tus seguidores».
Pero lo más grave, Jesús, es que yo he contribuido a tu
dolor. También nosotros, esposos, y nuestras familias. También nosotros hemos
contribuido a cargarte con un peso inhumano. Cada vez que no nos hemos amado, cuando
nos hemos echado las culpas unos a otros, cuando no nos hemos perdonado, cuando
no hemos recomenzado a querernos.
Y nosotros, en cambio, seguimos prestando atención a nuestra
soberbia, queremos tener siempre razón, humillamos a quien está a nuestro lado,
incluso a quien ha unido su propia vida a la nuestra. Ya no recordamos, Jesús,
que tú mismo nos dijiste: «Cuanto hicisteis a uno de estos pequeños, a mí me lo
hicisteis». Así dijiste precisamente: «A mí».
Padre nuestro...
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