En sucesivas entradas, encontrarás las catorce estaciones del Via Crucis, con las meditaciones de Danilo y Ana María Zanzucchi del Movimiento de los Focolares, iniciadores del Movimiento "Familias Nuevas". Son las que harán en el Via Crucis del Coliseo este año.
jueves, 5 de abril de 2012
Vía Crucis - Introducción
En sucesivas entradas, encontrarás las catorce estaciones del Via Crucis, con las meditaciones de Danilo y Ana María Zanzucchi del Movimiento de los Focolares, iniciadores del Movimiento "Familias Nuevas". Son las que harán en el Via Crucis del Coliseo este año.
INTRODUCCIÓN
Jesús dice: «Quien quiera
seguirme que se niegue a sí mismo, tome su cruz cada día y me siga». Es una
invitación que vale para todos, casados o solteros, jóvenes, adultos y
ancianos, ricos y pobres, de una u otra nacionalidad. Vale también para cada
familia, para cada uno de sus miembros o para la pequeña comunidad en su
totalidad.
Antes de entrar en su Pasión
final, Jesús, en el Huerto de los Olivos, abandonado por los apóstoles
adormecidos, tuvo miedo de lo que le esperaba y, dirigiéndose al Padre,
suplicó: «Si es posible, que pase de mí este cáliz». Pero añadiendo de
inmediato: «No se haga mi voluntad sino la tuya».
En aquel momento dramático y
solemne se percibe una profunda enseñanza para todos los que se han puesto a
seguirle. Como todo cristiano, cada familia tiene también su via crucis:
enfermedades, muertes, apuros económicos, pobreza, traiciones, comportamientos
inmorales de uno u otro, discordias con los familiares, calamidades naturales.
Pero, en este camino de
dolor, todo cristiano, toda familia puede fijar la mirada en Jesús,
Hombre-Dios.
Revivamos juntos la última
experiencia de Jesús en la tierra, acogida por las manos del Padre: una
experiencia dolorosa y sublime, en la que Jesús ha condensado el ejemplo y la
enseñanza más preciosa para vivir nuestra vida en plenitud, según el modelo de
su vida.
ORACIÓN INICIAL
Jesús, en la hora en la que recordamos tu muerte, queremos
fijar nuestra mirada de amor en los indecibles tormentos que has padecido.
Tormentos condensados en aquel grito misterioso lanzado en
la cruz antes de expirar: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?»
Jesús, pareces un Dios eclipsado en el horizonte: el Hijo sin
Padre, el Padre privado del Hijo.
Aquel grito humano-divino tuyo, que desgarró el aire en el
Gólgota, nos interroga y asombra todavía hoy, nos muestra que algo inaudito ha
ocurrido.
Algo salvífico: de la muerte ha brotado la vida, de las
tinieblas, la luz, de la extrema división, la unidad.
La sed de configurarnos contigo nos lleva a reconocerte
abandonado, donde quiera que sea, de cualquier modo: en los dolores personales
y en los colectivos, en las miserias de tu Iglesia y en las noches de la
humanidad, para injertar tu vida siempre y en todo lugar, para propagar tu luz,
establecer tu unidad.
Hoy, como entonces, sin tu abandono, no habría Pascua.
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