jueves, 5 de abril de 2012

8ª Est. Jesús encuentra a las mujeres de Jerusalén que lloran por Él


V. Te adoramos, Cristo, y te bendecimos. R. Pues por tu santa Cruz, redimiste al mundo.



Lectura del Evangelio según san Lucas 23, 27 – 28
Lo seguía un gran gentío del pueblo, y de mujeres que se golpeaban el pecho y lanzaban lamentos por él. Jesús se volvió hacia ellas y les dijo: «Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, llorad por vosotras y por vuestros hijos».

Entre la multitud que lo seguía hay un grupo de mujeres de Jerusalén, lo conocen. Viéndolo en aquellas condiciones, se confunden entre la multitud y suben hacia el Calvario. Lloran.
Jesús las ve, percibe su sentimiento de piedad. Y también en aquel trágico momento quiere dejar una palabra que supera la simple piedad. Quiere que en ellas, en nosotros, no haya sólo conmiseración sino conversión del corazón, esa conversión de reconocer el error, de pedir perdón, de reiniciar una vida nueva.
Jesús, cuantas veces por cansancio o inconsciencia, por egoísmo o temor, cerramos los ojos y no queremos afrontar la realidad. Sobre todo, no nos implicamos personalmente, no nos comprometemos en la participación profunda y activa en la vida y las necesidades de nuestros hermanos, cercanos y lejanos. Continuamos a vivir cómodamente, reprobamos el mal y quien lo hace, pero no cambiamos nuestra vida y no arriesgamos personalmente para que las cosas cambien, el mal sea abatido y se haga justicia.
Con frecuencia las situaciones no mejoran porque no nos esforzamos en hacerlas cambiar. Nos hemos retirado sin hacer mal a nadie, pero también quizás sin hacer el bien que habríamos podido y debido hacer. Y tal vez alguno paga por nosotros, por nuestro abandono.
Jesús, que tus palabras nos despierten, nos den un poco de esa fuerza que mueve a los testigos del evangelio, tantas veces hasta mártires, padres, madres o hijos que, uniendo su sangre a la tuya, han abierto y abren también hoy el camino hacia el bien en el mundo.

Padre nuestro, ...

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