V. Te adoramos, Cristo, y te bendecimos. R. Pues por tu santa Cruz, redimiste al mundo.
Lectura de la primera carta del apóstol san Pedro 2, 24
Él llevó nuestros pecados en su cuerpo hasta el leño, para
que, muertos a los pecados, vivamos para la justicia. Con sus heridas fuisteis
curados.
Mientras avanza por la estrecha vía del Calvario, Jesús cae
por segunda vez. Entendemos su debilidad física, tras una terrible noche,
después de las torturas que le han infligido. Tal vez no son sólo las
vejaciones, el agotamiento y el peso de la cruz en sus espaldas lo que le hace
caer. Sobre Jesús pesa una carga que no se puede medir, algo íntimo y profundo
que se hace sentir más netamente a cada paso.
Te vemos como un pobre hombre cualquiera, que se ha
equivocado en la vida y ahora debe pagar. Y pareces no tener ya más fuerzas
físicas y morales para afrontar el nuevo día. Y caes.
Cómo nos reconocemos en ti, Jesús, también en esta nueva
caída por agotamiento. Y, sin embargo, te alzas de nuevo, quieres conseguirlo. Por
nosotros, por todos nosotros, para darnos el ánimo de levantarnos de nuevo. Nuestra
debilidad está ahí, pero tu amor es más grande que nuestras carencias, siempre
puede acogernos y entendernos.
Nuestros pecados, que has cargado sobre ti, te aplastan,
pero tu misericordia es infinitamente más grande que nuestras miserias. Sí,
Jesús, gracias a ti nos levantamos. Nos hemos equivocado. Nos hemos dejado
vencer por las tentaciones del mundo, quizá por espejismos de satisfacción, por
querer escuchar que alguien todavía nos desea, porque alguien dice que nos
quiere, incluso que nos ama. Nos cuesta a veces hasta mantener el compromiso
adquirido en nuestra fidelidad de esposos. Ya no tenemos la frescura y el
dinamismo de una vez. Todo se hace repetitivo, cada acto parece una carga, vienen
ganas de evadirnos.
Pero tratamos de levantarnos de nuevo, Jesús, sin caer en la
más grande de las tentaciones: la de no creer que tu amor lo puede todo.
Padre nuestro, ...
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