V. Te adoramos, Cristo, y te bendecimos. R. Pues por tu santa Cruz, redimiste al mundo.
jueves, 5 de abril de 2012
6ª Est. La Verónica enjuga el rostro de Jesús
V. Te adoramos, Cristo, y te bendecimos. R. Pues por tu santa Cruz, redimiste al mundo.
Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a los
Corintios 4, 6
Pues el Dios que dijo: «Brille la luz del seno de las
tinieblas» ha brillado en nuestros corazones, para que resplandezca el
conocimiento de la gloria de Dios reflejada en el rostro de Cristo.
Verónica, una de las mujeres que sigue a Jesús, que ha
intuido quién es él, que lo ama, y por eso sufre al verlo sufrir. Ahora ve su
rostro de cerca, ese rostro que tantas veces había hablado a su alma. Lo ve
demudado, sangriento y desfigurado, aunque en todo momento manso y humilde.
No resiste. Quiere aliviar sus sufrimientos. Toma un paño e
intenta limpiar la sangre y el sudor de aquel rostro.
En nuestra vida, a veces hemos tenido ocasión de enjugar
lágrimas y sudor de personas que sufren. Tal vez hemos atendido a un enfermo
terminal en un pasillo de hospital, hemos ayudado a un inmigrante o a un
desocupado, hemos escuchado a un recluso. E, intentando aliviarlo, quizás hemos
limpiado su rostro mirándolo con compasión.
Y, sin embargo, pocas veces nos acordamos de que en cada uno
de nuestros hermanos necesitados te escondes tú, Hijo de Dios. ¡Qué distinta
sería nuestra vida si lo recordáramos! Poco a poco tomaríamos conciencia de la
dignidad de cada hombre que vive en la Tierra. Toda persona, bonita o fea, capaz o no, desde
el primer instante en el vientre de la madre o tal vez ya anciana, te
representa, Jesús. No sólo. Cada hermano eres tú. Mirándote, reducido a bien
poca cosa allí en el Calvario, entenderemos con la Verónica que en toda
criatura humana podemos reconocerte.
Padre nuestro, ...
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